jueves, 1 de abril de 2010

H2O

La vi sentada al borde del embarcadero, jugando con un trozo de hilo que se le habría descosido de la chaquetita verde que la abrigaba de la primaveral brisilla que corría a la orilla del río. Estaba tan hambrienta de silencio que decididí perturbarla y sentarme a su lado. Arquéo sus cejas con un gesto que parecía decir "de nuevo por aquí eh, viejo compañero" y de nuevo volvió a sus quehaceres de deshilachadas espinas que se nos estaban clavando a ambas en lo más profundo de nuestra nostalgia. Y así era. La historia del nunca acabar.

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